El séptimo sello de la discoteca

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jueves, 19 de febrero de 2015

El perro mongol - Byambasuren Davaa (2005)

Por fin he encontrado una directora de cabecera. Byambasuren Davaa es de Mongolia, tiene unos 44 años y produce belleza pura. Apenas ha hecho tres películas, dos de ellas documentales, y El perro mongol tiene también mucho de documen-
tal, porque básicamente narra la forma de vida de una familia real, utilizando sus nombres reales y sus rutinas reales, en las estepas de Mongolia. Unos ritmos muy distin-
tos de los que estamos acostum-
brados aquí en las ciudades o lugares cercanos a estas, pero en cambio muy similar a la vida de pueblos españoles más recónditos. Pienso en la infancia de mi madre en Las Hurdes y encuentro muchos puntos en común. Pero con una característica esencial que distingue a la familia Batchuluun: son nómadas. 

Me ha impactado la crudeza de vivir en espacios abiertos, con la ame-
naza constante de que aparezcan lobos, la necesidad de ser itineran-
te, de buscar nuevos asentamien-
tos, el volver a montar tu hogar en otro sitio periódicamente, el frío y la lluvia... La madre y el padre son dos Atlas que tienen que cargar con el peso de todo su mundo, de su hogar, de tres hijos pequeños y de todos sus animales. Determinados nexos los conectan con otras personas: una moto, sus caballos, los coches que vienen de la ciudad, otras personas con las que comparten modo de vida... En un punto de la película, el padre vuelve de realizar diversas tareas y la madre aprovecha para preguntarle por las elecciones al Parlamento, en las que se les recuerda que tienen derecho a votar. Los avances técnicos permiten así unir de forma armónica los estilos de vida tradicionales con otros más modernos, sin olvidar nunca que ambos siguen siendo contemporáneos. 

La historia está vehiculada por el encuentro entre Nansal, la hija mayor de la familia, y Zochor, un cachorro de perro que aparece en una cueva. La relación entre estos dos personajes principales es lo que utiliza Byambasuren Davaa para reflejar el día a día de esta familia nómada, así como para introducir algunas creencias y enseñanzas budistas, por ejemplo relativas a la reencarnación. De hecho, de este último punto nace mi escena favorita de la película, donde Nansal escucha las historias e ideas de una anciana con la que se encuentra, y que encierra una enorme belleza. 

Y, cómo no, al igual que en Bab'Aziz, la música y la fotografía son aquí lo que realmente acerca la película al sobresaliente. Rodada de forma magnífica, cada fotograma es para enmarcar, tanto en exteriores como en interiores. La ropa, la decoración de la casa, la estepa, el cielo azul con algunas nubes blan-
cas, el agua, la cara de la anciana acariciada por la luz, los animales, Zochor, la cara con mofletes rojos de Nansal... Todo está cuidado al milímetro y nos permite recrearnos en paisajes y culturas que desconocemos y que son igualmente increíbles. 

Me queda pendiente ver el resto de la filmografía de esta mujer, especialmente La historia del camello que llora, pero solo con esta película ya me ha conquistado. 


8,5

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